Sunday, December 31, 2006

Milenio negro



Me confieso fan total de Ballard. Ningún otro autor ha sabido identificar psicológicamente la esencia de un siglo, el veinte, acelerado, terrible, sublime. Lo cita en su autobiografía, el imperio del sol: la bomba atómica de Hirosima, cuyo resplandor él mismo vió, o creyó recordar haber visto desde el campo de prisioneros de Shangai, anticipaba y era el climáx del siglo, el momento álgido que decide y resume una centuria de enfrentamiento con el horror del absurdo. El ser humano ha llegado al borde del abismo, ha alcanzado los límites de su propio desarrollo como especie y casi ha agotado los recursos del propio planeta.

¿Cuando termina el siglo XX? yo creo que aún no lo ha hecho. Sí, las fechas dicen otra cosa, pero, al igual que el decinueve murió en el palacio de invierno cuando ya el calendario se había agota, el XX aún colea, moribundo, entre nosotros. Y eso me ha parecido ese magnífico libro de Ballard, Milenio negro, la crónica de una agonía y la narración de un nacimiento aún por venir.

La lectura deberá reposarme en la cabeza un tanto para poder abordar la valoración técnica, un estudio ponderado, definir las aristas nebulosas de lo que he leido. Ahora me apetece tan solo recrearme un poco en el paisaje psicológico del libro: la vista recursiva de un cadáver hecho con retazos de metal, de periodicos viejos, de calles con nombres concretos, de sonrisas, gafas de pasta, calaveras, puros, kalashnikovs, bigotes, que se extiende, enorme, sobre la conciencia del mundo.

Ballard canta a la última revolución del siglo XX, y fabula con la primera del XXI una revolución distinta, no ya la de los proletarios, del Potemkin y su carne agusanada, sino el fin del estado del bienestar, la revolución contra un orden establecido que no es la dictatura brutal y directa, sino el oligopolio, el capitalismo, el darwinismo social y la aristocracia industrial, mediática, política.

Y no solo eso, fracasada la razón, regresamos a la oscuridad del acto irracional como el último suicidio posible. El neocortex, librado a un callejón evolutivo sin salida, se enfrenta a problemas que no puede resolver y se electrocuta a si mismo.

Como en todas las obras de Ballard, hay más, está dentro, sumergido en una sopa de significados sub y supraconscientes, aliñando la riqueza literaria del que se resiste a decaer y dejar de ser una de las grandes figuras de la ciencia ficción de todos los tiempos.

Saturday, December 16, 2006

Regalos peligrosos


A través del Blog de Fran Ontanaya, llegué a una página donde comentaban los diez juguetes más peligrosos de la historia (de Estados Unidos, aunque ellos no hacen esa distinción, ya que para ellos los USA son el mundo, más allá no hay nada) . El primero tiene tela, dardos arrojadizos de punta afilada. 6700 heridos, cuatro muertos a lo largo de cuatro años de estar a la venta. Una pasada, pero nada que se salga de lo común. Al llegar al segundo de la lista pensé que estaba leyendo una broma internetera. Poco a poco me fue invadiendo el convencimiento de que aquel juguete era real. Se me erizaban los pelos del cogote (los de la cabeza no, porque tengo ya pocos) . Se trata, nada menos y nada más, que de un laboratorio atómico de juguete. Incluye un contador geiger, una minicámara de niebla, un espintariscopio, un electroscopio y cuatro muestras de U238, que no es el U235 de las primeras armas nucleares y las centrales de energía atómica, pero que se ha demostrado que puede producir "leves" enfermedades tales como la leucemia. Fue vendido durante 1951, en lo más álgido de la época "radioactiva" de la cultura estadounidense.
No hacen falta muchos comentarios. Dicho "juguete" mortal, me recuerda una cosa que vi en un reportaje sobre la radioactividad: El comprobador de ajuste de zapatos, un dispositivo que usaba un tubo de rayos X y un sistema de fluoroscopía para ver el interior de los zapatos (y de la piel, hasta los huesos) y comprobar cómo ajustaban los pies a su funda de cuero.
Se puede pensar, tranquilizadoramente, que son burradas del pasado, qué bien que ahora ya sepamos lo que es la radiación y sus perniciosos efectos. Yo prefiero verlo de otro modo, dado que el ser humano ha cambiado muy poco (o nada) desde las cavernas, me inquieta pensar en qué dispositivos perniciosos, qué burradas perjudiciales estaremos haciendo y que en unos cuantos lustros servirán para que nuestros descendientes se lleven las manos a la cabeza (si quedan descendientes y si estos siguen teniendo cabezas y brazos, claro).