
La película de la que casi todo el mundo habla es 300, un montón de Espartanos con extraños bultos en el abdomen y pecho ( les juro que en mi vida he visto bajo mi camiseta algo así. Cosas de los efectos especiales, supongo). Podría intentar hacer, con mayor o menor fortuna, una valoración cinematográfica, estética, literaria, histórica de la película, pero, francamente, no me apetece. Cientos de blogs ya la han comentando con más sagacidad que yo mismo.
No, yo solo quiero hablar de algunos aspectos metacinematográficos que me han tocado la fibra sensible, esa que en mi caso aún no llega a ser maroma pero que, cosas de la edad, va creciendo en tamaño.
El primero de ellos es el de la supuesta historicidad o no de lo narrado. Esta mañana, escuché en la radio la desafortunada crítica de un periodista que rellenaba sus dos minutos de púlpito, hablando de lo poco ajustado a la realidad histórica que le había parecido la película. Después, el comentario discurría, cuesta abajo y sin frenos, por los trillados despeñaderos por dónde suelen arrojarse las películas americanas de Hollywood. Cien motivos mejores para fundamentar una crítica a esa película y las grandes superproducciones, mejores que decir que se ajustan poco a la historia. A ese señor, y a los que hacen críticas similares, habría que decirles que en 300 no se reacrea un hecho histórico sino mítico. Es la misma diferencia que puede haber entre la realidad del rey Arturo, seguramente un caudillo vestido con pieles y luchando con espadas robadas a los romanos, y las rutilantes visiones de su reino y sus caballeros que habitan el mito. Qué quieren que les diga, para una película espectáculo viste más el mito.
Y la cosa no seria tan grave si no fuera por que en esa inveterada costumbre de pedirle peras a los olmos deriva de una muy hispana intransigencia cultural. El mito emparenta con lo fantástico, lo mágico, lo subconsciente, lo maravilloso, y ese es territorio vedado, por prejuicio y norma no escrita, del auténtico, subvencionado, concepto "correcto" de lo que es el arte.
Estoy un poco harto de ese sentimiento de inferioridad, de agresión, de verguenza que sienten algunos intelectuales ante conceptos como diversión, inutilidad, ocio, fantasía.
El segundo comentario sigue por esa línea: al contrario que el ejército de intelectuales de uniforme que en este pais se encastilla por doquier en cualquier púlpito digno de llamarse asi, yo sí creo que las conexiones "blandas" entre realidad, política, ética, crítica y el género fantástico, épico, deformado, subliminal, onírico funcionan y muy bien.
300, la película, y el cómic comunican un par de ideas que, puestas a las claras, no dejan de mosquearme un tanto, y eso que fuí prevenido al cine. A saber: la película es una defensa cerrada del honor militar, cosa que en sí mismas no me parecen mal, de hecho me hubiera encantado que los ejércitos de la historia hubieran abundado mucho más en las virtudes que se supone que los animaban. Lo que no me hace ya tanta gracia es que esas virtudes se ensalzan por el simple hecho de negar cualquier otra posible virtud en otros estratos de la sociedad: los políticos, corruptos; los sacerdotes, corruptos; los militares enemigos, esclavistas, esclavos de moral relajada, y me callo por no reventarles la película. Aquí los únicos que salvan el patio son los militares... ¡ay!
Y todo eso no tendría mucha importancia (ejemplos hay mil de ese tipo de forma de pensar, sobre todo en series americanas de televisión) si no fuera por que últimamente me ha dado por pensar que el clima se esta enrareciendo, que parece que nos estamos cansando todos de todo. Los ricos ya no saben en que gastar el dinero que han robado a los pobres, los pobres estan más que hartos de ser robados, muchos políticos se han hartado de mantener la ficción de que vivimos en una democracia, han tirado el velo que mantenia oculto a los poderes oligárquicos de la gran enconomía y se han lanzado a la piscina de los muchimillones para pillar tajada. Los partidos que pierden las elecciones, cierran los ojos, cogen una rabieta digna de que venga supernany y no lo aceptan; y los que ganan, a pesar de tener el apoyo de la gente, caen en la trampa y se olvidan de gobernar por atender los berrinches.
Y es que una vez que uno se harta de estar harto (como diría Serrat), ¿qué queda? quizá esa indiferencia suicida, ese fatalismo que abraza una causa (la que sea con tal de que este clara) y se lanza al martirio y la muerte por defenderla y sentirse un poco vivo y orientado mientras llega la muerte.
Y da miedo, oigan, mucho miedo, que Europa y el mundo ya han conocido las consecuencias de una explosión de fatalismo de ese tipo.