
No por llevar ya unos añitos con nosotros, dejan de fastidiarme. Son las pantallas del metro de Madrid, teles gigantes para los que esperan en el andén. Al principio eran mudas, si querías mirarlas, las mirabas, y, si no, a embeberte en tu libro, o en lo que quisieras. Pero, a algún iluminado se le ocurrió pensar que si podías escaparte de ellas, y seguir con tu libro o revista, ibas a dejar pasar la estupenda oportunidad de ver un anuncio más. Claro, eso es intolerable, hay que ver muchos anuncios, todos, para que la economía siga viva, y nosotros, los ciudadanos, cada vez más muertos. Así que les añadieron sonido, así no hay opción. Si quieres huir de los atascos en superficie, usar un transporte público, ecológico y lógico, barato y eficaz (quitando la epidemia de cortes y obras que vivimos), puedes, pero tienes que pagar el precio de escuchar, por cojones, las puñetaras, insidiosas y odiosas musiquitas de los anuncios. Supongo que para la mayoría de la gente no es mucho problema, viven con la tele encendida, hora tras hora, viendo programas escondidos entre largas ristras de anuncios machacones, alienantes, manipuladores. Yo no tengo tele, no estoy vacunado, me dan grima, alergia, me producen una hinchazón incontenible del órgano de la indignación.
¿Cuál es el objetivo? ¿Fastidiarle la vida a los usuarios del metro? Supongo que no. ¿Ganar dinero con la publicidad y, con esas ganacias, mejorar el servicio?, quizá es eso. ¡Ah, vale!, o sea que en vez de pagar mis impuestos y que estos se aprovechen para fomentar el transporte público, ahora la recaudación se va a hacer vía las empresas: yo compro sus productos y parte de las ganancias se emplean en crear y contratar publicidad, que luego sirve para pagar el transporte público. ¿Que no es eso?, entonces ¿para qué sirven las pantallas intrusivas? Se me pueden ocurrir muchos y muy malsanos -si se oyen consignas, no se piensa; si no se puede leer, mejor; si alguno se escapa del sistema, le cogemos en el metro, de donde no puede huir- pero no quiero volverme realista, digo... paranoico.
Me parece a mí que algo huele a podrido en Metromadrid, y no me refiero a los olores a alcantarilla que, de vez en cuando, nos hacen fruncir la nariz.