Wednesday, September 20, 2006

Felicidad


Dicen algunos psiconeurólogos que uno percibe la felicidad siempre a posteriori, como un período de tiempo en el que las capacidades del cerebro (y ahí entran todas, sociales, creativas, físicas) han estado siendo ocupadas en un alto porcentaje. Vamos, que somos felices cuando no nos ha dolido nada y hemos estado entretenidos.

Escribo esto porque este septiembre parece que se me acumula la felicidad. En el trabajo hay un repunte estacional de la carga de marrones por metro cúbico, lo cual lleva a tener todo el tiempo oficinesco ocupado en darle a la tecla o a la cabeza, o las dos cosas a la vez.

En casa también soy muy feliz. Estoy corrigiendo una nueva novela, que no por ser cortita me está dando menos trabajo. Es una tarea muy absorbente. Ahora mismo mi realidad se divide a medias en el mundo éste que conocemos todos (aquí en Madrid, polvoriento y lleno de grúas a más no poder) y otro, el de la ficción, que, aunque yo no piense conscientemente en él, me acompaña allá por donde voy. Los personajes y los escenarios dan vueltas y se persiguen unos a otros y a veces, en el metro o hablando con alguien, se se solapan al mundo real y me dejan un poco perplejo.

Supongo que cuando pase algo de tiempo me acordaré de este mes y diré qué bien me lo pasé, qué feliz que fui. De momento me voy a dormir todos los días con un feliz dolor de cabeza de tantas horas en el ordenador, claro que también puede que sea congestión alérgica.

En fin, dejaré de quejarme y me pondré otra vez a la tecla, a ser feliz otro ratito.

Thursday, September 07, 2006

Personajes: HOUSE


House es el apellido de un médico anarquista que deambula cojeando por los capítulos de la serie a la que da nombre. A mucha gente que me había hablado bien de ella, no les había hecho mucho caso porque los culebrones médicos, tipo Urgencias, nunca me había llamado la atención. Craso error, voy por el episodio 20 de la segunda temporada y la verdad es que engancha, y mucho.

La receta para convertir la práctica de la medicina en algo tan interesante (quitando aficionados al sado y al gore de agujas y trepanaciones) es el propio personaje House, un amoral, individualista hasta la médula, borde, políticamente incorrecto, genio en la medicina del diagnóstico, completamente incapaz de interaccionar normalmente con otros seres humanos. ¿A quién recuerda ese arquetipo? Sí, una vez más a Sherlock Holmes y a su inhumana capacidad de deducción. En el mismo paquete de la deducción cuasidivina, también va el del desprecio a las normas y a las relaciones interpersonales, ya sean amorosas o de otro tipo.

Camuflado más o menos, en la serie asistimos al éxito de un Holmes médico rodeado de un equipo de watsons adláteres, compañeros de hospital de los que abusar, pacientes que diagnosticar, y de enemigos materializados en forma de evasivas enfermedades y la rémora de un sistema de salud que no está al servicio del propio House y sus demoledoras intuiciones, sino al de ganar dinero a espuertas (aunque tampoco se insiste mucho en ello).

Si bien no es así del todo, House hace trampas -y ahí otro de los valores de la serie-, desprecia casi todo, pero en el fondo aprecia a sus pupilos y a su único y sufrido amigo, Willson, oncólogo de profesión, santo de vocación. House es un ser herido que ha reaccionado con una gruesa concha de ironía salvaje, ataca antes que otros lo hagan, desprecia antes de que lo desprecien, o, algo peor, lo compadezcan por su cojera. La serie insiste un poco en la línea de la película aquella de Holmes y Freud (Elemental, doctor Freud). Podrían haberse cargado el arquetipo, pero los guiones son lo suficientemente buenos como para bordear con éxito los abtrusos territorios del sentimentalismo y salir con éxito.

La serie ha seguido en muchos puntos la forma de hacer televisión que inició CSI. Comparten, incluso, a Holmes como arquetipo del personaje principal (Grissom tambien es un Holmes asocial y fascinantemente listo), y la infografía gore de arterias reventando y bacterias mordiendo músculos y tejidos. Es una muestra más de este tardío reverdecer, un canto de sirena a la muerte de la televisión tal y como la conocemos, que, por lo menos en España, terminará siendo tan solo anuncios, marujas gritonas y cinco minutos de telediario promocionado. Recupera el buen sabor de los seriales, una narración en imágenes que está mucho más a medio camino de la literatura que el propio cine: una serie puede desarrollar personajes, situaciones, argumentos en arco de un modo tan efectivo, con tanto tiempo para contar cosas, como tiene la propia literatura en la extensión de las 300 páginas de una novela.

Pensándolo un poco, intentando extraer la esencia que hace a la serie tan interesante, he llegado a la conclusión de que lo atractivo de esos personajes tan extremos como House, Grissom o cualquiera de los muchos trasuntos de Holmes que hay por ahí deambulando con mayor o menor éxito, es la libertad. Sí, así como suena, son seres libres, no costreñidos por las normas sociales, por la buena educación, por la corrección política. Ni siquiera se someten a la dictadura del amor -romántico, conyugal, filial-, son libérrimos y obsesivos seguidores de su propia inteligencia y de la interpretación del mundo que esta les brinda. De ahí su poder: no hay vendas que les nieguen la realidad.

Por supuesto el transgresor tiene que pagar un precio -la libertad nunca fue gratis, terminan siendo víctimas de la soledad, odiosos freaks a los que se recurre solo porque son efectivos en grado sumo- pero es agradable ver cómo la jaula social tiene puerta y esta puede ser abierta.