Este año se cumple el 200 aniversario del nacimiento de Darwin, 150 desde la publicación del El Origen de las Especies, piedra angular de la biología moderna. Dejando aparte la polémica creacionista, me interesa comentar algo sobre lo que se ha venido a llamar darwinismo social. En un estupendo artículo del Investigación y Ciencia de Enero (Evolución por "el bien del grupo"), se comenta las diferentes escalas en que se puede estudiar la evolución y sus mecanismos. Se puede encontrar evolución en la competición por recursos entre moléculas. Es conocida la teoría del Gen Egoísta, de Richard Dawkins y otros, que considera que los genes son el motor de la evolución. Solo les interesa su perpetuación como moléculas egoístas y nos usan a los seres vivos tan solo como vectores. Tampoco voy a discutir ahora las pegas de dicha teoría, tan solo decir que no da cuenta de todos los fenómenos evolutivos. Me interesa más aumentar la escala, dejar el microscopio y empezar a usar las fotos aéreas, pasar los individuos y llegar al grupo.
En el artículo se describe un curioso aglomerado de bacterias, las pseudomonas fluorescens. En un medio acuoso dichas bacterias solo pueden sobrevivir flotando en contacto con el oxígeno. Algunas de esas bacterias segregan un polímero que proporciona flotabilidad al tapete bacteriano. De ese modo, el grupo de bacterias permanece en contacto con el aire y no se ahogan. El problema es que la producción del polímero tiene un coste metabólico. Las bacterias que lo producen pierden recursos que de otro modo podrían emplearse en la reproducción y, por tanto, se ven perjudicadas en la selección natural frente a las bacterias que no producen polímero y aprovechan el que hacen otras. Si se ven muy favorecidas frente a las otras bacterias, no habrá suficientes productoras de polímero y la consecuencia es fácil de predecir: el tapete se hundirá y morirán todas.
Y aquí aparece el otro nivel de aplicación de la selección natural, la selección de grupos. Se puede considerar la selección natural entre grupos de bacterias que evolucionan, se reproducen y mutan, de modo similar a como se podría hacer con individuos o con moléculas. Los grupos con una adecuada proporción de bacterias altruistas, sobreviven; los otros no y por tanto no pueden reproducirse.
Y vamos a la parte social. El antiguo Darwinismo Social decía que el individuo que sobrevive en sociedad y se reproduce es el depredador, el que solo produce para él mismo y no para el grupo. El lobo para el hombre era la única vía para la supervivencia. Pero no vivimos solos, como tigres en la selva, sino en grupo, en sociedad. Solos nos habríamos extinguido ya, comidos por depredadores más fuertes que nosotros o incapaces de responder a presiones ecológicas. No habría progreso como tal por qué ¿de quién íbamos a aprender estrategias y recursos?
Los grupos son más exitosos que los humanos solitarios, es algo evidente. También es evidente que los grupos más cohesionados, con más individuos altruistas sobreviven más y mejor. El coste de cohesionar un grupo puede ser muy alto, tanto que los individuos sufran una presión intolerable, pero el beneficio de no hundirse como las bacterias es lo que diferencia la supervivencia de la muerte. Existe una teoría que explica la necesidad de prácticas sociales individualmente costosas y racionalmente absurdas como la religión o los ritos del nacionalismo: sirven para seleccionar individuos con capacidad de sacrificio por el grupo. Así, esta estudiado que cuanto más radical y extremo es un kibuz en su ideario, más posibilidades de sobrevivir tiene.
Viendo como está la economía, la proliferación de un indiviualismo feroz, la rapacidad y poca vocación de servicio público de la clase política y muchos otros signos ¿no creen que estamos a punto de hundirnos como las sociedades de bacterias sin productoras de polímero?
Los norteamericanos, unos de los grandes culpables de la cultura de la depredación —el yo primero y luego los demás, el consumismo atroz, la economía siempre creciente— el otro día, tras el discurso de Obama, me confirmaron que su gran arma secreta es, como la de casi todos los imperios, ideológica. Obama vino a decir, con palabras épicas que suenan mucho más fuerte, que, o arrimamos el hombro todos (y ahí se refería a su grupo, a su país), o el tapete de norteamericanos lastrado por las rémoras improductivas y depredadoras se hunde sin remedio.
Viendo como está la economía, la proliferación de un indiviualismo feroz, la rapacidad y poca vocación de servicio público de la clase política y muchos otros signos ¿no creen que estamos a punto de hundirnos como las sociedades de bacterias sin productoras de polímero?
Los norteamericanos, unos de los grandes culpables de la cultura de la depredación —el yo primero y luego los demás, el consumismo atroz, la economía siempre creciente— el otro día, tras el discurso de Obama, me confirmaron que su gran arma secreta es, como la de casi todos los imperios, ideológica. Obama vino a decir, con palabras épicas que suenan mucho más fuerte, que, o arrimamos el hombro todos (y ahí se refería a su grupo, a su país), o el tapete de norteamericanos lastrado por las rémoras improductivas y depredadoras se hunde sin remedio.
No solo les pasa a ellos. Tras el paso del fin de siglo, parece que se impone algo de reflexión tras la locura que ha sido el siglo XX. En Europa a la que estamos ya tan ligados, pero sobre todo en España, deberíamos tomar nota. Estamos lastrados por una administración que al margen de quién la dirija adolece de una ineficacia monstruosa; una justicia que a base de querer hacerlo bien y no dar pasos en falso, se ha vuelto obsoleta, farragosa e injusta; una clase empresarial que está acostumbrada a exprimir al cliente, no a venderle cosas. Nos falta ilusión, nos falta un sistema que permita a los jóvenes, que a pesar de lo que se dice no les faltan ganas, ser emprendedores, investigar, crear, avanzar. Todo son lastres, defensas de privilegios obsoletos, mofa de los errores y desprecio de los aciertos.
Sirva como prueba una reflexión: viendo la cantidad de millones que se gastan en fastidiar las siestas a los ciudadanos con marketing telefónico para que cambiemos de compañía ¿no sería mejor provocar una sana competencia y bajar los precios más allá de los retoques cosméticos para que sean los propios ciudadanos los que quieran cambiarse. Ni los monopolios ni los oligopolios han sido nunca buenos.
Al final, uno se pregunta si hemos superado el desastroso siglo XVII; si hemos aprendido tras tantos años que el trabajo bien elegido y no impuesto no es un estigma social y que incluso puede ser divertido; que no es sano pretender vivir del oro de América, de las tierras, de los privilegios, de la ingeniera financiera o de los pelotazos politico-financieros, o de cualquiera de las variantes que se pueden resumir en el vivir a costa de los demás.
Nos hundimos señores, el agua nos llega ya al cuello. Es momento de ilusionarse, de volver a tener valores que promocionen el pacto social, de despreciar a los vividores, que hasta hace bien poco han sido modelo de éxito, y de perseguirlos social, legislativa y judicialmente.
La opción si no lo hacemos es bien clara.