Después del post anterior, me quedé con ganas de hablar algo de Pink Floyd. No sé cuando me dio por escucharlos, hace mucho tiempo descubrí The Wall, cuando aún existían los vinilos y el disco tenía unos magníficos diseños de contraportada, ladrillos blancos, dibujos de Gerald Scarfe. Luego, mucho después, llegó la película, cuando el disco ya estaba rayadito de tanto escucharlo.
No sé si se han quedado anticuados, no sé si esa grandilocuencia, esas pretensiones, a veces desaforadas, con que el grupo salió de la época ácida (que dejó atrás la cordura de Syd Barret) y se lanzó, de la mano de Roger Waters, a una ambición sónica de dimensiones casi wagnerianas, han resultado, a la postre, en un artificio, un adorno excesivo.
Quiero creer que no.
Y me intersaba tambien Pink Floyd, aunque supongo que aquí me refiero más a Waters, a esa dimensión descriptiva de algunos de sus álbumes. Discos temáticos, como el propio muro, como los que luego haría Waters en solitario: Radio K.A.O.S. y Amused to death. Descubría ahí el reverso de la música en las películas, dónde solo es la comparsa de la imagen. En esos álbumes la música era la que contaba la historia, la narradora emocional del oyente, concepto que luego descubrí viejo, usado muchas veces en la música clásica antes de que se volviese definitivamente abstracta a finales del XIX.
¿Y para qué tantas vueltas? pues para volver a "2001, Una Odisea del Espacio", claro. Este es mi pequeño homenaje a Arthur C. Clarke, recientemente fallecido, a Stanley Kubrick, fallecido hace algún tiempo, a Pink Floyd, grupo muerto también hace algún tiempo por mucho que se preocupen de resucitarlo, y a mis recuerdos de como los descubrí a todos, que espero no mueran nunca.
Pink Floyd otra vez poniéndole Banda Sonora a 2001: psicodelia, flipe visual, chute definitivo de metafísica y ciencia ficción, no se puede pedir más.
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