Monday, June 05, 2006

Cruel y Tierno


El otro día fui con Nati al teatro. Ir al teatro es de esas cosas, tantas, que me da pereza hacer y que suelen proporcionarme placer una vez vencida la inercia. Ya sabéis, cosa de termodinámica, uno está en un equilibrio apoltronado y hay que emplear cierta energía para sacarle de sus rutinas de ocio.

Fuimos a ver Cruel y Tierno, y así, de paso, a conocer el nuevo Centro Dramático Nacional (CDN que mola más), teatro Valle-Inclán, recién reconstruido en el mismo sitio del antiguo que derribaron por inminente ruina hace un par de años, cuando yo vivía por allí, en Lavapiés. Otro día hablaré de mi estancia en ese barrio y las memorias que conservo del paso por uno de los pocos sitios de Madrid que aún tiene un fuerte carácter y no es una cosa amorfa e insulsa.

La primera sorpresa fue el propio edificio, espacios amplios, líneas puras, minimalista. Algunos aborrecen de esa limpieza casi estéril, a mí los espacios amplios cada vez me gustan más. Será porque Madrid cada vez está más abarrotado, mi piso es pequeño y yo soy muy grande.

La segunda sorpresa, también agradable, fue encontrarse un patio de butacas y un escenario que se fundían amigablemente, abolida la distancia entre público y actores. Dos gradas laterales y una central que dan directamente al escenario, por el que hay que cruzar para llegar a las butacas. Antes de que empiece la obra, ya te cruzas con los actores representando su papel, circulando entre diferentes zonas del escenario decoradas con televisiones encendidas, mesas, sillas, cada una, adivinaba yo, un escenario para una parte de la representación. Impactante y sugerente.

De momento todo bien, a mí me tenía subyugado la tramoya, la cosa prometía. Comienza la obra y se nota enseguida la calidad de los actores pero... y ahora viene el motivo de esta entrada en el blog, también se nota enseguida que pasa algo raro con el texto. Antes de empezar, ya nos advirtieron los actores, hablándonos directamente al público y casi uno por uno, que la obra estaba basada en Las Tarquinias de Sófocles. Como soy de ciencias, he tenido que recurrir al google para localizar el argumento original de la obra y contrastar con lo que nos ofreció el señor que adaptó la obra al mundo moderno, un tal Crimp, porque de eso iba Cruel y Tierno, una modernización de una obra clásica. Bien, buena idea, me pareció a mí, incauto. Bueno, pues comienza la obra y la primera en la frente. El discurso es... extraño. Sí, el teatro es declamativo, más si es clásico, pero se trata de una adaptación ¿no? Uno espera que se aproveche la oralidad del teatro moderno, el discurso de la calle, la naturalidad. Pues no, allí gritaba todo el mundo, mucho y de una forma nada natural. Bueno, es una opción, no pasa nada, me dije, pero ahí no acaba la cosa. La protagonista sufre extraños e injustificados cambios de humor ¿me habré perdido algo?, ¿será que esta señora sufre un transtorno bipolar rampante? Vamos, que el personaje me empezó a rechinar en exceso, que no me lo creía ni con todo el esfuerzo de mi voluntad, que hasta ese momento estaba por la labor. Pero no, no lo conseguí. Pienso yo: si se opta por un personaje trágico, intenso, a lo antiguo, pues vale. Si es uno moderno, sutil, complejo, irónico, vale también, pero la extraña composición que veía en escena tenía lo peor de ambas elecciones. No pasa nada, me dije, sigamos adelante, inmersión, suspensión del juicio crítico, a disfrutar con la interpretación de Aitana, que por lo menos eso sí es cojonudo.

Y cuando estaba yo en eso, va y la madre envía, porque le sale de las narices, al hijo, que parece un tío majo, medio pacifista, un poco hippy y fumao, a la guerra, con su padre que es general y masacra aldeas en África. Cosa de todos los días. Niño, toma un billete de avión y vete a buscar a papá a África, que la cena se enfría. Toma ya, toma adaptación inteligente, recreación y puesta al día. En el argumento de la obra de Sófocles, sorpresa, la madre envía al hijo con el padre que está en guerra, cosa que parece lógica -o si no lógica, sí posible- en la Grecia clásica . En el siglo XXI... pues lo mismo. Y hay más, se cambia la poción venenosa por poción de guerra química, se cambian las criadas por esteticistas y fisioterapeutas. La verdad, para esa adaptación mejor que hubieran hecho el original porque canta por peteneras.

Y la cosa siguió igual. Crimp ha cogido, punto por punto, el original y ha cambiado los nombres y poco más. Me gustó la obra que no vi. Me gustó lo que adiviné de la obra original, el enorme conflicto de la mujer, el regreso del héroe vencido, su inmenso ego y ciertas cosas que se adivinaban de fondo. Pero, insisto, si hubieran dejado el texto griego, pues casi que mejor, la cosa hubiera ganado mucho, porque, al final, la contemporización del texto se ha limitado a localizar la guerra remota en esa África terrible de guerras y matanzas, a convertir al cínico en un cínico con corbata y poco más. Solo cosmética, solo apariencia, y a eso voy. Hasta en el teatro se han olvidado del texto. Con maquillar una obra clásica con un escenario moderno, dos bailes, y tres tópicos aparentes, es suficiente. Joer, qué triste.

2 comments:

Nati said...

Se empeñan en "adaptar" obras clásicas, que en la escenografía actual significa poner en un escenario con motivos y personajes contemporáneos parte del texto original, modificado adecuadamente según el contexto elegido. O sea, una chapuza, porque se olvida que los clásicos precisamente lo son por su capacidad para sobrevivir a las coordenadas espacio temporales en que fueron escritos. Son clásicos porque resultan modernos en cualquier época y contexto y no hace falta maquillarlos ni disfrazarlos para ponerlos en escena, ni para permitir disfrutar de ellos. Recuérdese, si no, al Brujo con El Lazarillo.

Nati said...
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